martes, 24 de mayo de 2016

El Pana

El heredero mejicano de El Cordobés.
En versión dandy y locuaz.
“Doctor, déjeme morir.”
Un genio irrepetible. Va por ti.


El destino: Pan francés, se llamaba el astado.

      (Parte de la crónica de JAN MARTÍNEZ AHRENS, Twitter, México DF, 21 MAY 2016 - 20:15, CEST, en EL PAÍS.)

      "Sufrió una embestida, seca y luciferina, dicen los que la vieron (...)

      "Desde que El Pana hizo su petición, ha perdido interés por el mundo. Sus latidos son cada vez más lentos y la fiebre no le abandona. “No quiere comunicarse, cierra los ojos y evita mirarte”, dice el médico. En el aire flota un compás de espera. Pero también un desafío.

      "Quizá el envite sea una respuesta a los que tanto se burlaron de él. Sus ademanes excesivos, el falso acento andaluz, los habanos como trabucos, le hicieron durante años el hazmerreír de los puristas y le vetaron de los grandes cosos. Más personaje que figura, quiso ser estrella, pero nunca dejó de ser humano. Hijo de un policía judicial asesinado, se lanzó al ruedo por necesidad. Vendió gelatinas, trabajó de sepulturero, amasó panes (de ahí el mote) y más de una noche la pasó en la cárcel. Fue un torero del hambre, no de la gloria. “Yo vengo de una época en la que uno quería torear para triunfar y comprarle una casa a su madre, ahora los chavales quieren vender la casa de la madre para ser toreros”, llegó a decir.

      "Bravucón y perdulario, cayó en los vicios del alcohol y amagó con retirarse en numerosas ocasiones. Y fue en una de sus falsas despedidas donde, por un instante, brillaron las luces de la fama. El 7 de enero de 2007, en la Monumental de México, decidió dar un adiós que retumbase tanto como el desprecio que le había acompañado a lo largo de sus 28 años de carrera. Ante decenas de miles de aficionados, en una corrida retransmitida por televisión y que seguía el mismo presidente Felipe Calderón, espetó: “Brindo por las damitas, damiselas, princesas, vagas, salinas, zurrapas, suripantas, vulpejas, las de tacón dorado y pico colorado, las putas, las buñis, pues mitigaron mi sed y saciaron mi hambre y me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos, y acompañaron mi soledad. Que Dios las bendiga por haber amado tanto”.

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