lunes, 11 de mayo de 2020

"Matar a Abascal" / La fiscalía y los tribunales

Vox manifiesta algunas virtudes y muchos vicios, como casi todos nosotros. Bien sabido es que, por un lado, los santos escasean y que, por otro, hay ciertos sujetos malencarados que solo sienten devoción por la pronta llegada del Apocalipsis. Estos, de momento, representan el vitium por excelencia (la debilidad, el resentimiento, la venganza, el delito y la violencia).

Volviendo al bueno de Abascal, a sus compañeros, votantes y simpatizantes, el primero de los defectos mencionados, el más importante con mucho, del que depende la propia existencia de la formación y, con ello, en un doble sentido, la continuidad histórica de la Nación española y el mantenimiento de la democracia en España, no es otro que su renuencia a dirigirse a los tribunales con más frecuencia o, al menos, con mejor estrategia política.

Son varios los motivos para hacer que sus señorías despierten del letargo, pero el objetivo principal no es otro que el de conseguir que los señores magistrados, siempre tan valientes y diligentes en la tutela de los derechos individuales de todos los españoles y en la defensa de la Constitución Española, admitan a trámite, se planteen, debatan a puerta cerrada, sopesen los pros, los contras -esto último se reduce a vislumbrar el efecto de su fallo en los medios de malinformación y deformación de masas, así como en su futuro profesional-, y emitan su justo veredicto acerca de una cuestión nada baladí.

Mientras los altos tribunales mantengan todavía un asomo de independencia siquiera formal respecto de un gobierno y un parlamento partidarios de "matar a Montesquieu", la primera medida política que debería perseguir Vox -y cualquier otra organización democrática en los hechos, en los dichos, en los programas y en los estatutos- no es otra que solicitar, con las pertinentes pruebas fehacientes, la total ilegalización de la la actual pléyade de organizaciones políticas anticonstitucionales y antinacionales que infectan, parasitan, enferman, disuelven y aniquilan a pasos agigantados a la sociedad española. 

O sea, para simplificar: por un lado, el internacionalista partido chavista-leninista en virtud del cual el pequeño gran timonel bolivariano que padecemos proyecta el hundimiento de la Nación y el naufragio de la democracia, con los viejos restos escoriáceos de las asociaciones comunistas que todavía perviven; y, por otro lado, los nacionalistas partidos regionalistas, de vocación siempre separatista y prestos al delito de alta traición.

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