lunes, 10 de noviembre de 2014

La importancia de los estudios

      Parece que el tal Errejón se presenta a sí mismo como "doctor investigador en Ciencia Política". Cuatro términos (flatus vocis), cuatro autorreferencias (puro solipsismo). Cuatro predicados ficticios. O sea, cuatro patrañas. No caben en cuerpo tan enjuto y en mente tan estrecha. Pero seguro que en la Uni este léxico ampuloso tiene predicamento académico y realidad burocrática. Zéro de conduite. Y cero en aptitud y cuerda significación. La criatura habrá leído, seguro, a Protágoras, a Platón, a Aristóteles, a Epicuro, a Zenón, a Pirrón... ¿O no? Quizá sólo el catecismo comunista, algo de Mao y, a lo sumo, una vieja recensión del Pour Marx de Althusser. Por supuesto, algún verso de Neruda, la Novena de Beethoven, Nirvana y las protestas de Sabina o de El Canto del Loco.
      ¿Habrá que volver a las almas bárbaras, sin estudios, en la esperanza de hallar un ápice de cordura? No parece tal, a la vista de rudos activistas sin pulir como Willy Toledo o Ada Colau, o de los infinitos artistas y cantautores semianalfabetos y plomizos que pueblan la geografía patria à la recherche de una buena subvención a cambio de su injuriosa e insufrible moralina, que resulta ser la mercancía ideológica ajustada a los más simples del lugar. Entrando ya en el oficio, tampoco parece muy probable encontrar luces en ese terreno, dada la visión melancólica de los rústicos Cayo Lara y otros nostálgicos de la revolución perdida. O de los ministros del ruinoso Zapo, como el astuto Pepe Blanco o los charnegos Corbacho y Montilla, así como los Patxi López y las Elena Valenciano. Ésta última representa muy bien el sentir de sus homólogos semidesasnados: "La verdad es que me aburría [en clase] y ahora me da pereza acabar [los estudios]".
      Viendo a unos y a otros, yo más bien creo que es cuestión de buena o mala educación, no de alta o baja titulación.


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